Aunque me cuesta horrores revivir aquellos momentos tan fatídicos para mí, les contaré mi historia para que esto no le ocurra a nadie más y ninguna mujer pase por el infierno al que fui sometida .Primero que nada, me llamo Julia y mi infierno comenzó a los 27 años. Por aquel entonces era una muchacha ingenua y manipulable, características que desaparecieron al vivir todo aquello.
Yo era una mujer muy feliz, era madre de un precioso niño de 7 años llamado Saúl y una mujer muy enamorada de mi marido, por aquel entonces, llamado Jonás. Todo iba estupendamente en mi matrimonio hasta que a mi marido le dio un infarto inesperadamente. Él logró recuperarse al completo, pero el médico le dijo que se tenía que cuidar porque si ya le había dado una vez podría volver a repetirse. Después de ese duro trago para él, todo fue distinto. Cayó en una gran depresión que sacó a relucir su peor parte. Cuando lo miraba, en sus ojos ya no había amor, ni aquella expresión cálida y reconfortante que tanto me gustaba percibir, solo lograba encontrar frialdad y rencor. Pero no solo su mirada cambió, también cambió el trato hacia mí y hacia mi hijo. Ya no jugaba con Saúl. Pero conmigo fue mucho peor, se creía que yo era su criada y tenía que hacer todo cuanto él quisiese y si no lo hacía, mi cuerpo acababa amoratado.
Nunca encontraba el valor suficiente para decirle a alguien por lo que estaba pasando, posiblemente porque me daba miedo la reacción que Jonás pudiese tener. Pero al ver el sufrimiento de mi hijo, decidí que era el momento de poner fin a aquello y enfrentarme a lo que pudiese venir con la mayor valentía posible. Así que reuní todo mi valor, cogí el móvil y llamé a mi hermana Ana. Fui a su casa y se lo conté todo entre llantos. Mi hermana me dijo que todo saldría bien, que mi hijo y yo estaríamos bien en su casa y que Jonás nunca más se atrevería a hacernos nada. Volví a mi casa a buscar mis cosas y las de Saúl, pero sin saberlo acababa de cometer un grave error.
Entré en mi casa y le dije a Saúl que fuese a su habitación a recoger sus cosas. Me dirigí hacia el salón y a mi espalda vi una sombra, pero no tuve tiempo de darme la vuelta, me agarró por detrás y me tiró al suelo. Todo sucedió muy rápido, recuerdo cómo mi cabeza chocaba bruscamente contra el suelo y él me daba patadas por todo el cuerpo, mientras me decía cosas horribles; en ese momento solo sentía dolor y no era capaz ni de llorar. Pero algo ocurrió porque dejó de pegarme, recuerdo como una pequeña mano aparecía alrededor de su cuello, mi hijo intentaba que su padre parase. Cuando Jonás levantó la vista, pude ver como sus ojos se abrían de par en par y mi hijo no paraba de llorar. Alrededor de mí había un charco de sangre, de lo que estaba segura era de que la sangre manaba de alguna parte de mi cuerpo, pero no me había dado cuenta, pues ya no sentía dolor alguno y lo único que me preocupaba era seguir respirando aunque me costase hacerlo.
Cuando volví a abrir los ojos me encontraba interna en un hospital llena de cortes y moratones, pero seguía viva; a Jonás se lo habían llevado interno a un centro para intentar rehabilitarlo de alguna forma. Después de todo aquello me ayudaron muchísimo, tanto en mi recuperación como en poder retomar las riendas de mi vida. No volví a ser la de antes y me cerré en banda a algún posible amor. Hasta que conocí a alguien que haría cambiar por completo mi vida.
Ahora tengo 30 años, a mi lado tengo a un hombre maravilloso llamado Víctor, a mi hijo Saúl que después de todo lo que vivió siempre me dice lo mismo: Mami, yo nunca pegaré a una mujer, y siempre que lo escucho me lleno de orgullo por el hijo que tengo, y el mes que viene la vida me dará un precioso regalo para que vuelva a ser feliz, una pequeña niña que sin duda alguna me llenará la vida de la luz que necesito.